La doctrina del shock : el auge
del capitalismo del desastre / Naomi Klein.
Paidós, Barcelona [etc.] : 2007.
ISBN 9788449320415
Biblioteca Sbc Investigación 330.34
DOC
La doctrina del shock es la
historia no oficial del libre mercado. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica
hasta Canadá la implantación del libre mercado responde a un programa de
ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo del
desastre». Tras una investigación de cuatro años, Klein explora el mito según el
cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo
sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein
sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y
pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los
acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas. Klein demuestra que
el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el
individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha
de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo
acompañadas de otras forma de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de
los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las
cárceles. En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la
historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de
Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un
único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad
despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial,
comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la
inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del
shock.
La doctrina del shock
Augusto Klappenbach. Escritor y filósofo | Público,
2013-01-04
Naomi Klein ha desarrollado lo que
ella llama “la doctrina del shock”: la historia muestra muchos ejemplos de
países en los cuales las políticas neoliberales de la escuela de Chicago
dirigida entonces por Milton Friedman, que no hubieran sido aceptadas en tiempos
normales, se impusieron aprovechando la confusión y el desconcierto que
provocaron en la población acontecimientos traumáticos o catástrofes naturales.
Friedman propone claramente esta estrategia en su libro Capitalism and
freedom: “solo una crisis —real o percibida— da lugar a un cambio
verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo
dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa ha de ser
nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes
para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva
políticamente inevitable”. Traducido: es necesario aprovechar las crisis para
imponer nuestras ideas —las que “flotan en el ambiente”— que no serían
aceptadas democráticamente en tiempos normales.
Los casos de Chile y Argentina son
paradigmáticos: fueron necesarios golpes militares especialmente crueles y una
cultura del miedo para que los ciudadanos aceptaran sin oposición una
reconversión de su economía regida por los nuevos dogmas económicos. Pero
también catástrofes naturales como el tsunami del sudeste asiático o el huracán
Katrina de Nueva Orleans constituyeron la ocasión para que importantes empresas
privadas aprovecharan el vacío que provocaron esos desastres para avanzar en la
privatización de la economía. El triunfo de Margaret Thatcher en la guerra de
las Malvinas le permitió remontar una popularidad gravemente amenazada y
profundizar sus medidas privatizadoras. Por no hablar de la guerra de Irak,
durante la cual se llegaron a contratar empresas privadas para que controlaran
a otras empresas privadas que gestionaban la ocupación militar.
Afortunadamente en el caso de
España no hemos tenido que sufrir golpes militares, tsunamis, huracanes ni
guerras. Pero el impacto que ha provocado la crisis en la psicología social de
nuestro país ha originado un vacío y una confusión que pueden ser aprovechados
para dar un paso más en la privatización de muchos servicios públicos hasta
ahora en manos del Estado, adelgazando nuestro precario estado de bienestar. En
una situación de inseguridad y caos es mucho más fácil imponer soluciones poco
consensuadas por la población que en épocas de prosperidad. El miedo, que es un
componente importante de la crisis, suele tener como consecuencia el
seguimiento incondicional a quien prometa eliminar su causa o bien reacciones
histéricas igualmente improductivas. Y así como en estas situaciones de crisis
hay que temer la irrupción de demagogos y dictadores de todo tipo —al estilo de
Hitler en la Alemania de los años treinta— también resulta preocupante el poder
creciente de grupos de correctos financieros vestidos de negro y civilizados
empresarios que llevan años esperando su oportunidad. Como dice N. Klein, se
trata de “esperar a que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock,
y luego vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes
privados mientras los ciudadanos aun se recuperan del trauma, para rápidamente
lograr que las ´reformas´ sean permanentes”.
Desde el gobierno se suele
transmitir el mensaje de que los recortes a este modesto “estado de bienestar”
son temporales y se eliminarán una vez superada la crisis. Pero hay motivos
para dudarlo: al rebufo de la crisis financiera se están tomando medidas cuya orientación
poco o nada tiene que ver con disposiciones coyunturales y transitorias
dirigidas a disminuir el déficit público. Mientras las especulaciones
financieras siguen sin pagar impuestos y los paraísos fiscales campando por sus
respetos, la reforma laboral recorta derechos que los trabajadores consiguieron
después de muchos años de lucha, la subida de impuestos y la inspección
fiscal recae casi exclusivamente en los sectores populares y apenas roza
a las grandes fortunas, la sanidad y otros servicios públicos se privatizan
progresivamente, la educación dificulta cada vez más el acceso de los
estudiantes con menos recursos, la reforma de la jubilación prevé medidas para
el año 2020, aunque ningún economista sea capaz de anticipar el estado de las
finanzas públicas para entonces y la desigualdad no cesa de aumentar. ¿Alguien
piensa que estas medidas van a desaparecer cuando se logre reducir el déficit?
De hecho, nuestro Ministro de Economía ya se adelantó a la posibilidad del
fracaso de los servicios públicos cuando afirmó que si la crisis dura mucho
tiempo será imposible financiar las prestaciones sociales. Aunque, por lo
visto, será posible seguir financiando una administración pública abundante en
gastos inútiles, desde organismos innecesarios hasta legiones de asesores sin
funciones específicas que se trasladan en coches oficiales.
No se trata de postular teorías
conspirativas. Probablemente muchos de los principales responsables de esta
situación no previeron a tan largo plazo las ventajas que les ofrecería su
irresponsabilidad, su incompetencia y su falta de escrúpulos. Pero de hecho la
gestión actual de la crisis ha convertido a sus culpables en sus principales
beneficiarios: son los únicos a quienes se “rescata” y quienes pueden reeditar
sus especulaciones en la seguridad de que el Estado acabará saliendo en su
ayuda. El único aspecto positivo de esta crisis es la creciente movilización
popular que en buena parte es el resultado del tan denostado 15M que, más allá
de las incoherencias y contradicciones inevitables en un movimiento plural y
asambleario, ha generado un aporte pedagógico que se ha concretado en causas
tales como la defensa de la vivienda, la sanidad y la enseñanza, Y resulta casi
sorprendente que algunas de estas movilizaciones hayan obtenido resultados
concretos, aunque parciales: se han evitado cientos de desahucios, algún
hospital se ha salvado de ser desmantelado, algunas leyes se han detenido al
menos por el momento. Tal vez estas movilizaciones no sean suficientes para
recuperar el control democrático de los asuntos públicos, pero no cabe duda de
que son indispensables.